En su tiempo el lo hará

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¿Alguna vez has llorado por algo hasta que se te acabaron las lágrimas? Tus ojos hinchados se rinden y se secan mientras sigues con la corriente de angustia en tu alma. Miras hacia el cielo en confusión total… ¿Por qué Dios no responde mis oraciones?

Yo también me he encontrado en esa situación.

Y hay alguien en la Biblia que también experimentó lo mismo. Ella se sintió provocada y frustrada. Su angustia llegó a ser tan intensa que lloraba y rehusaba comer. 

Clamó ante el Señor con amargura en su alma:Oh Señor de los Ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvides de tu sierva, entonces yo…

1 Samuel 1:11, NVI

Estas palabras describen y detallan la angustia profunda de una mujer miles de años atrás, y sin embargo me encuentro aquí en tiempos modernos identificándome con ella completamente. Las lágrimas derramadas por Ana debido a su vientre vacío se hicieron aún más dolorosas por la otra esposa de su esposo… Penina. Ella tenía muchos hijos e hijas y se aseguraba de recordárselo a Ana en cada oportunidad que se presentaba.

Todas podemos encontrarnos desesperadamente deseando algo que vemos que el Señor les da a otras mujeres. Lo vemos bendiciéndolas en las mismas áreas en que somos restringidas. Observamos a esas mujeres y nos sentimos tan dolidas y marginadas injustamente. ¿Por qué a ellas sí? ¿Por qué a mí no?

Luego, el aparente silencio injusto de Dios nos escolta de un corazón dolido a una alma amargada. Y comenzamos a sentir algo que va en contra de todo lo que creemos ser verdad: Si Dios es bueno, ¿por qué no se muestra bueno conmigo en esto? Y en ese momento de honestidad cruda, nos vemos obligadas a admitir que nos sentimos algo defraudadas de Dios. Hemos hecho todo lo que sabemos hacer. Hemos orado todo lo que sabemos orar. Nos hemos parado, firmes en promesas incontables con rostros de valentía. Y aun así … Nada.

¿Qué hacemos cuando nuestro corazón lucha por hacer las paces entre la habilidad que tiene Dios de cambiar las cosas duras y su aparente decisión de no hacerlo en nuestro caso?

Hacemos lo que hizo Ana.
En lugar de alejarse de Dios, o dudar de Él, ella se inclinó hacia Él, llenando el espacio de su espera con oración. Ah, ¡cuánto me encanta su fe inquebrantable! Cuando la esterilidad y el maltrato de parte de Penina podrían haberle causado a Ana perder la esperanza completamente, ella rehusó que la detuvieran de confiar en Dios. Ella poseía una fe que no estaba basada en sus circunstancias, sino fundada en la verdad que ella sabía acerca de su Dios bueno y fiel… una fe que la dirigió a orar en el tabernáculo con tanta pasión y determinación, que el sumo sacerdote Elí pensó que estaba borracha.

Y aunque, a fin de cuentas, sus llantos de angustia abrieron paso a los llantos de su hijo recién nacido, 1 Samuel 1:20, nos muestra palabras muy claras para avisarnos que la respuesta para Ana no llegó inmediatamente: Y sucedió que a su debido tiempo, Ana concibió y dio a luz un hijo… Tomó tiempo, pero no dudes, el tiempo de Dios – aunque no haya sido el tiempo que Ana deseaba – era el tiempo perfecto.

El tiempo de Dios era imprescindible porque Samuel estaba destinado a jugar un rol esencial en la transición de mando entre la época de los jueces y el establecimiento eventual del reinado para los Israelitas. Dios no hizo esperar a Ana para castigarla. Él no había sido indiferente ni insensible a sus llantos. Y tampoco nos está ignorando en nuestra espera.

Dios nos ama demasiado como para responder a nuestras oraciones en un momento fuera de lo eterno.

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